Le contó a la inglesa que había abortado. La reacción de la pálida estudiante de periodismo no le sorprendió. Lo que dijo después, sí. No tendría que sorprenderle que ella la envidiara, ¿o sí? No había llegado a entenderla y muchas veces cuando cenaban de repente sentía miedo y no podía verla a la cara. Había algo oculto en sus ojos tristes y verdes, en esa timidez silenciosa tan marcada. No había forma de probar que esa mudez escondiera algo, pero algunas veces cuando le contaba acerca de algún chico que había conocido o algún encuentro en camas ajenas, en su rostro veía esas ganas, esa ansiedad por arrebatarle su lugar, ser ella a la que besaban dentro de un closet o conquistaban en una pista de baile.
Los fines de semana la invitaba a salir. Quería sacarle esa represión, quería arrancarle con mis propias manos esa ansiedad de la cara, pero ella nunca se decidía a acompañarme. Me imaginaba que hacía en la soledad de su recámara y pensaba que era triste no aceptar remediar lo que añoraba debajo de sus sábanas. Aunque hoy, la envidiaba. Prefería esos momentos solitarios bajo la sábanas, a esos encuentros rápidos olvidados gracias a mojitos dulces en restaurantes de música en vivo y repletos de mujeres en busca de alguien con quien rozar las caderas.
Lo sentí al bajar.
No creo que se sienta eso, contradijo la inglesa.
Fue mucha sangre, afirmé
Esa noche
Un momento de ilusión
Procreación
Soledad en salón repleto.
Él entregó y ganó en un momento.
Tú entregaste y perdiste después.
Una entrega dispar, le dijo la inglesa después de la confesión. Seguirás perdiendo. Nunca lo harás igual. El miedo estará ahí. Te dolerá para siempre y él no lo sabrá. No sentirá ese dolor.
Quiero ser como tú.
¿Quieres dolor? Le dije al borde de las lágrimas.
Si viene acompañado de un amor rápido y disparejo, sí.
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conmovedor
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